lunes, 1 de septiembre de 2014

EL JARDÍN DE ALCÍNOO

El Jardín de Alcínoo, rey de los Feacios.


Canto séptimo de la Odisea de Homero




“Por de fuera del patio se extiende un gran huerto, cercadas en redor por un fuerte vallado sus cuatro fanegas; unos árboles crecen allá corpulentos, frondosos: hay perales, granados, manzanos de espléndidas pomas; hay higueras que dan higos dulces, cuajados, y olivos. En sus ramas jamás falta el fruto ni llega a extinguirse, que es perenne en verano e invierno; y al soplo continuo del poniente germinan los unos, maduran los otros: a la poma sucede la poma, la pera a la pera; el racimo se deja un racimo y el higo otro higo. Tiene Alcínoo allí mismo plantada una ubérrima viña y a su lado se ve un secadero en abierta explanada donde da el recio sol; de las uvas vendimian las unas mientras pisan las otras; no lejos se ven las agraces que la flor han perdido hace poco o que pintan apenas. Por los bordes del huerto ordenados arriates producen mil especies de plantas en vivo verdor todo el año. Hay por dentro dos fuentes: esparce sus chorros la una a través del jardín y la otra por bajo del patio lleva el agua a la excelsa mansión donde el pueblo la toma. Tales son los gloriosos presentes que el cielo da a Alcínoo”.



Así se describe el jardín de Alcínoo en la Odisea de Homero, cuando en la isla Esqueria que era habitada por los Feacios, la diosa Atenea caminando a buen paso y Ulises (Odiseo) siguiendo sus pisadas, le acompañaba. Atónito contemplaba Ulises los puertos, las naves bien proporcionadas, las ágoras de aquellos héroes y los muros grandes, altos, provistos de empalizadas, que era cosa admirable de ver. Ulises llegó al magnífico palacio del rey Alcínoo. Era una mansión excelsa, la del  magnánimo Alcínoo que resplandecía con el brillo del sol o de la luna.


Nunca faltó y nunca faltará en cultura que se precie, pequeño o gran espacio donde, por mano del ser humano, convivan en armoniosa calma, un aire limpio y un brazal de agua que abrace y acaricie plantas y frutales despertando los sentidos con delicada fragancia y plural cromatismo.
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EL JARDÍN DE ALCÍNOO

La Odisea puede considerarse como la más grande de las obras clásicas de la mitología griega. Se trata de un poema épico escrito por Homero en el que se narran los distintos viajes que Odiseo (Ulises en Látín) realiza, después de la guerra de Troya, hasta llegar a la isla de Ítaca, donde esa su hogar y le esperan su esposa Penélope y su hijo Telémaco.


La Odisea comprende los diez años que duró el viaje de Ulises hasta llegar a la isla de Ítaca. En ella se narran las distintas y variadas aventuras, combates, peligros y hazañas a las que hubo de enfrentarse Ulises.

Odiseo en la isla Esqueria donde habitan los feacios.

En las distintas aventuras, Ulises mostró una gran inteligencia y astucia para escapar de los continuos problemas a los que se enfrenta por designio de los dioses. Además, la diosa Palas Atenea, la deidad de ojos de lechuza, se enamora de Ulises y le ayuda en todo el viaje de regreso, dándole todas las fuerzas que necesitaba.

En su regreso a casa, Ulises llega a la isla de Esqueria, donde viven los Feacios y su rey Alcínoo. Cuando Ulises se halla a punto de entrar a la ciudad encantadora, la diosa Palas Atenea, la deidad de ojos de lechuza,  se le aparece bajo el aspecto de una joven que lleva un cántaro, se detiene frente a Ulises, y el héroe la interroga de la siguiente manera:

― Hija mía, ¿no podrías conducirme a la casa del héroe Alcínoo, que reina sobre estos pueblos? Yo llego, desdichado extranjero, de un país muy lejano y no conozco a ninguno de los hombres que residen en esta ciudad y que cultivan estos campos.


― Sí, sin duda, venerable extranjero ― responde Palas Atenea, la deidad de ojos de lechuza ― yo te indicaré la casa por la cual me preguntas. Alcínoo vive cerca de Zeus,  mi padre irreprochable, pero sigue guardando el mismo silencio que hasta ahora, yo te indicaré el camino, no mires a nadie ni les hagas preguntas, no suelen acoger a los forasteros. Nuestros ciudadanos no reciben de buen grado a los extranjeros, ni acogen con benevolencia a los que vienen de lejos. 


Odiseo y Palas Atenea

De esa manera habló Palas Atenea, al momento, se adelantó con rápido paso y Ulises siguió las huellas de sus pasos. En aquella isla, los feacios que eran ilustres navegantes, no vieron a Ulises, y cruzando por en medio de ellos, atravesó la ciudad. Pues, Palas Atenea, de hermosa cabellera y bondadosa alma, lo había cubierto con una densa y divina nube. En su andadura por la ciudad, Ulises miraba maravillado el puerto y las naves ancladas en fila, la plaza pública donde se congregaban los jefes, los largos y elevados muros provistos de estacas. Era un espectáculo admirable. Al llegar junto al  palacio del rey Alcínoo, la diosa Palas Atenea, la deidad de ojos de lechuza, comenzó a hablarle de esta manera:

Este es, venerable extranjero, el palacio que me pediste te mostrara, el palacio de Alcínoo, rey de los Feacios. En el palacio encontrarás los príncipes, hijos de Zeus, celebrando un banquete, pero vete adentro y que tu alma y ánimo no se perturbe, pues el hombre que es audaz realiza mejor los proyectos que emprende, aunque haya venido de otra tierra. Entrado en la sala, hallarás primero a la reina, cuyo nombre es Arete, la más bella de las mujeres.

Más allá del patio, se extiende un gran huerto de cuatro fanegas, por todas partes está circundado por un muro. Allí, crecen árboles altos y verdes, perales y granados de brillantes frutos, dulces higueras y olivos siempre verdes. Los frutos de estos árboles no cesan en todo el año, no faltan ni en invierno ni en verano; son perennes. El Céfiro, con su hálito, hace nacer a los unos y madurar a los otros. La pera envejece al lado de la pera, la manzana al lado de la manzana y el higo al lado del higo. Allí se plantó también una fecunda viña, una parte de la cual, en un llano unido y descubierto, está secándose a los rayos del sol; se vendimian sus racimos, mientras las otras se están prensando; más lejos hay todavía racimos jóvenes, los unos aparecen en flor, y los otros comienzan a ennegrecer. En el extremo del jardín hay unos arriales regulares que se llenan de diversas hortalizas, que florecen en abundancia y siempre lozanas. Hay en el huerto dos manantiales: el uno serpentea a través de todo el huerto, el segundo, por otro lado, corre junto a la entrada del patio, cerca del elevado palacio; es allí adonde van a buscar agua los habitantes. Tales eran los ricos presentes de los dioses en la morada de Alcínoo.


Ante esta vista, el noble Ulises estaba mudo de asombro. Después de haber admirado en su alma todas estas maravillas, traspone rápidamente el umbral y penetra en el interior del palacio. Encuentra a los príncipes y a los jefes de los feacios haciendo con sus copas libaciones al clarividente Hermes.





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